(Esta carta abierta al candidato presidencial Antanas Mockus crecerá todos los días, no en extensión sino en profundidad: con enlaces que a partir de frases o palabras conducirán a notas, videos, audios y otros recursos que explican y contextualizan mucho de lo que dice y cita. Gracias por pasar, leer y comentar con serenidad y argumentos. Paz.)

-Carta abierta a Antanas Mockus-


Medellín, mayo 6 de 2010


Señor Antanas Mockus,


Cordial saludo.


Hace muchos años prometí no involucrarme nunca en política, pues Colombia me ha enseñado que esa palabra no significa más que “abuso sistemático de la buena fe”. Sin embargo hoy me horroricé, como un tipo bien bañado y perfumado que al pasar frente a un espejo se sorprendiera transformado en monstruo:


Ando con una manilla del Partido Verde en la muñeca izquierda. Me convertí en un juguete de ventrílocuo regalándole mi estatus de Facebook para que diga lo que quiera, en nombre mío. En el balcón de mi casa y en los ventanales de mi oficina pegué ese grito de papel verdeamarillo que le pide al mundo elegir a “Mockus Presidente”. Todos los días hablo de usted, a favor de usted.


Sin darme cuenta casi, soy una especie de spammer legal: un tábano informático que dos o tres veces al día alborota el perfil digital de sus amigos, argumentando que usted debe ser el próximo presidente de Colombia. He sostenido largos debates electrónicos -y breves en Twitter- con partidarios de Juan Manuel Santos, de Noemí y del voto en blanco. Una prima hermana, defensora absoluta de la Seguridad Democrática, me bloqueó después de confesar en medio de una pataleta que todo lo que yo detesto, ella lo adora, cuando sólo se trata del rechazo al dogma de que “el fin justifica los medios”.


Creo haber llevado a un par de seres queridos, y hasta al tendero de la esquina, dudosos de la aptitud suya para gobernar a Colombia, al rincón del voto en blanco. Y con votantes en blanco convencidos, me he enfrascado en debates virtuales de largas parrafadas, en las que dejando atrás mi convicción de que se trata de un voto digno, he argumentado que en este momento es un voto egoísta y cobarde: el voto de los que quieren decir “yo no fui” y lavarse las manos, ignorando que con su gesto dejan entreabierta la puerta a la-peor-clase-de-política. Le escribí una carta a mi familia materna en la que apelé al hecho de que mi abuela fue maestra para mostrarles el valor de la educación en la transformación de un grupo familiar. Y he agregado en Facebook a algunos de los parientes paternos que menos simpatizan con usted sólo para poder compartir mensajes e ideas suyas, con ellos. He debatido con cibernautas desconocidos que han respondido con intolerancia a cadenas de correos electrónicos que no he mandado yo. Me he cruzado puyas y enlaces con compañeros del colegio que no veo hace años. Y le he dicho a algunos completos desinformados que me han preguntado humildemente cuál es el mejor, que es usted.


He tenido que conceder, y reconocer honestamente algunos logros analgésicos de la Seguridad Democrática sobre el país de hoy, y que haber disminuido a las FARC merece un reconocimiento justo. Pero acto seguido, he declarado mi absoluto y radical rechazo a la ley del “todo vale” con la que se han conseguido muchos de sus grandes golpes: los emblemas de la Cruz Roja usados sin autorización en la operación Jaque, la obstinada negación y actual minimización de los Falsos Positivos o el irrespeto al derecho internacional con Ecuador, por citar los ejemplos más trillados. Por eso ahora digo convencido, que lo que sigue es la “Legalidad Democrática”. Que es hora de abrirle paso al venerable respeto por la constitución y la ley, a toda costa.


Uno de mis amigos más cercanos ya me dice Antanas, con sorna. Y he lavado con frecuencia inusitada la única camiseta verde que tengo -soy hincha de un equipo rojo- y un buzo del mismo color que no usaba hacía años. Asistí a una sede del Partido Verde como quien va a una fiesta, convencido de que la pueril pero divertida idea de invitar a la gente de los barrios populares a gozar con “sancochos de propuestas”, sin comida por supuesto, y de regalarles “ventiladores de ideas”, iba a causar la misma emoción que yo siento por intentar dejar en evidencia las prácticas políticas más rastreras. Y aunque luego decidí que lo más práctico era hacer campaña por mi propia cuenta, allá en esa misma sede les dejé a mi papá, un profesor de filosofía y ética jubilado que ahora apoya un comité de Jóvenes con Antanas en las universidades, y que ya se congeló como estatua en un flash mob y sembró girasoles en la Universidad de Antioquia. Imagínese. El viejo en esas.


Y ahora que le hablo de flash mobs -esas multitudes repentinas que poco a poco se van perfeccionando- asistí a uno del que casi me devuelvo porque lo vi desordenado desde antes de iniciar. Pero pensando en que “la unión hace la fuerza” decidí aportar ideas y ayudar a convertirlo en una tarde memorable para unas sesenta personas que, ignorando por completo el sentido de la compostura, hicimos la ola y cantamos consignas verdes en la larga cebra que cubre los doce carriles de la Avenida San Juan, frente a la Alcaldía de Medellín y la Gobernación de Antioquia, un viernes durante una hora pico. En los cambios de semáforo abordé a desconocidos pidiéndoles que apoyaran la guerra: “la guerra contra la ignorancia”; diciéndoles sin gaguear que “una familia educada y con oportunidades es una familia fuerte, y una con hijos en la guerra, una familia débil”. Lidié, como quien persigue a otro rogando una moneda, con ogros que gruñían que usted era un grosero que mostraba el culo, y con ogras que alegaban que usted era la Chimoltrufia que “como decía una cosa decía otra”. Al primero le dije que el suyo fue un acto valiente y simbólico ante un auditorio que no respetó su derecho a la palabra, y a la segunda, que aclarar las ideas, explicar lo que se quiso decir y rectificar, son actos de nobleza, no de inseguros.


Hace unos días atendí la llamada desesperada de mi mamá, que como si se le hubiera venido un derrumbe encima me dijo casi en shock que muchos de quienes ella había logrado unir a la Ola Verde, ahora se estaba retirando porque usted dijo que admiraba a Hugo Chávez. Le dije, casi airado, que si ellos creían que ofendiendo o atizando a ese señor íbamos a restablecer las relaciones entre ambos países, bien podían votar por quien quisieran. Que a Chávez se le debe mostrar respeto como punto de partida, a él y a los venezolanos que lo eligieron, y que si queremos una relación seria entre países debe partir de la cordialidad, aunque sea unilateral, y no del insulto. Le recomendé informarse a fondo, y que a sus amigos les sugiriera lo mismo, y que les dijera que ya estaban muy viejos para andar tragando entero, como bebés. Que la decisión del voto es un ejercicio que requiere esfuerzo y no sólo emoción. Prometí enviarle enlaces donde se explica ese incidente, y el de la de la hipotética e imposible extradición de Uribe que usted ya dejó en claro, y hasta otro sobre los nulos efectos del Parkinson sobre su capacidad mental, y está más tranquila. Pero sé que pasó una mala noche.


También hice la tarea, e imprimí la Propuesta de Gobierno del Partido Verde y la estudié en detalle, con actitud crítica. He navegado su página de arriba a abajo. He fantaseado con nuevos flash mobs. He imaginado sorprendentes intervenciones en el espacio público. Y hasta he inventado coros en la sala de mi casa como “¡Legalidad! ¡Seguridad! ¡Cultura Educación! ¡Esta es la Ola Verde, esta es nuestra canción!”.


Volviendo a la arena cibernética, olvidaba contarle que en la pestaña de Marcadores de mi navegador web creé una carpeta llamada “Mockus-Fajardo” que ya parece una miscelánea, repleta de objetos de todos los colores y tamaños para toda ocasión: que el documental danés donde se contextualizan su nalgazo y el vasazo de agua, y que relata paso a paso el cambio que ustedes obraron en Bogotá. Que el video de los actores, las canciones de Farina o la de Mil Santos y Nica Tea que ando tarareando mucho. Que los clips tiernos y sicodélicos de animadores espontáneos. Los informes de Noticias Uno, RCN, Caracol y CM&. Que las encuestas de Datexco y de Ipsos-Napoleón Franco. Las columnas de Héctor Abad, Daniel Samper, María Jimena y María Elvira, Pascual, Daniel Coronell, Héctor Rincón y Ricardo Silva. Las de Gómez Buendía y Forero Tascón. La nota de aquel diario lituano, la de The Guardian, la de El Heraldo y hasta la de El Diario del Huila. Las amargas pero necesarias de Caballero y Carolina Sanín, la de Daniel Pacheco, simple y precisa. El discurso con el que Uribe le entregó a usted la Estrella de la Policía, en versión oral y escrita. Y en esa línea, pero invertidas, las “más uribistas que Uribe”, de Yamhure, Rangel y algunos conservadores octogenarios (y treintones, no crea) que lo tildan a usted de payaso, ateo, blandengue, de ser puros mimos y girasoles. Incluso tengo una lámina bien escasa, ya que se atravesó la metáfora del álbum: la columna en la que Santos alabó su gestión como alcalde hace unos años. Y todo para nutrirme de razones, para seguir generando anticuerpos contra el “todo vale”, y afirmar con cada vez más convicción que ahora le toca a usted y a los suyos: que es el turno de la inteligencia, la honestidad y la sensatez, en un solo paquete. Que ahora nos toca a “nosotros”... Imagínese en lo que va esto. Tanto es así, que ahora, por recomendación suya, hago mi mejor esfuerzo por controlar la indignación que me produce la guerra sucia de “algunos vecinos”, y concentrarme en difundir lo que de bueno tiene usted y lo que representa, y no lo que de malo exhibe y oculta su rival más cercano, y lo-que-representa.


Quiero que sepa que no es que me sobre tiempo para estar luchando por una causa en la que, como nos gritaban algunos furibundos en la calle, no nos “están dando” nada. Soy papá y esposo, y tengo una naciente empresa que reclama toda la atención. Tengo un libro siempre pendiente. Y muchos otros que me miran desde las repisas. Pero les robo tiempo, seguro de que aquí y ahora debo darle gusto a mi conciencia y echarme a surfear firme en la Ola Verde, atento a cada movimiento, a cada nuevo giro de la asombrosa marea en la que se ha convertido esta campaña.


A muchos les he tenido que explicar que esta no es ninguna obsesión pueril. Que este entusiasmo nace de la conciencia. De la fe en su capacidad y en la de su equipo para renovar el ejercicio de la política en Colombia. Que admiro sus logros, y que sin ignorar sus debilidades comparto muchas de sus convicciones: que la vida es sagrada y los recursos públicos, dignos de un altar; que la libertad es aprender a ponerse límites; o que la cultura y la educación transforman una sociedad. Y que aunque conozco sus ideas, reconozco méritos en las de sus contendientes. Pero que, por ejemplo, nada que tenga el rótulo de Liberal o Conservador podrá borrar el crédito que les corresponde a esos partidos por los ríos de muerte que han hecho brotar durante décadas. O que la atronadora claridad de Gustavo Petro nunca podrá ser suficiente para evitar la combustible polarización que representa.


Como muchos, me debatía entre el apoyo a usted o a Sergio Fajardo, porque agradezco la dirección que su gobierno le dio a mi ciudad en asuntos definitivos, y los efectos contundentes que sus políticas han obrado sobre mi propia vida. Por eso el día en que anunciaron la unión, la celebré por teléfono, por internet y en la sala de mi casa como si hubiera recibido un premio gordo.


¿Que qué me dan?, me preguntan los señores rabiosos de las calles: pues una cosa esponjosa, huidiza y verde que se desgasta con el uso y el abuso, llamada esperanza. Pero que si se trata como un bien sagrado -tan sagrada como puede ser la confianza que alguien deposita en uno- fertiliza, florece y da frutos.


Por eso insisto, amigo Antanas: hace muchos años prometí no involucrarme nunca en política. Mi vida, decía yo, se movería sólo en los terrenos de la más pura y simple vida cotidiana, con mi yo y mis circunstancias. Y aunque sé que el vicio de informarme a fondo antes de opinar será difícil de dejar, trataré de recuperar mi antigua vida en unos días, cuando usted -porque los incendiarios del odio, el miedo y la ignorancia no nos arrebatarán este sueño- se abroche el cinturón de seguridad de tres colores en la Plaza de Bolívar.


Hice esta excepción porque le creo. A usted. Y a quienes lo rodean.


Sé que no me defraudará. Eso creo y eso siento. Pero si lo llega a hacer, le juro que le va la madre por abuso de confianza.


Con todo el aprecio, su amigo, aliado y crítico,


Juan Miguel Villegas

Ciudadano colombiano

 
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